miércoles, 17 de agosto de 2011

El trabajo con el inconsciente.

¿Qué es el inconsciente?

Parece un término abstracto o inasible. A algunos psicólogos no les gusta el término, porque -en cierta forma- se ha abusado de él, ya que es fácil echarle la culpa de todo lo que nos sucede. ¿Tenemos pena?, es por algo inconsciente; ¿hiciste algo de lo que ahora te arrepientes?, fue por un deseo inconsciente. ¿Algo no te resultó?, es que quizás inconscientemente te saboteaste a ti mismo/a.

No obstante, si logramos ir dándole forma a este inconsciente, haciéndolo tangible de algún modo, empieza a aparecer como algo cada vez más real para nosotros. En un nivel muy personal, hallamos que nuestro inconsciente son muchas emociones, sensaciones, dolores... ocultos a nuestra propia conciencia ordinaria de todos los días, todo eso importante que nos ocurre (a nivel emocional, sobre todo), pero que nosotros no le damos la debida atención o importancia, o simplemente lo ignoramos. De un modo muy básico, podemos incluso equiparar al inconsciente con nuestro cuerpo, muchas veces olvidado y subvalorado, ya que poca conciencia tenemos generalmente de él. Solemos desoír sus avisos, y prueba de esto son la innumerable cantidad de enfermedades psicosomáticas que tenemos las personas en la sociedad actual.

Cuando un paciente viene porque presenta algún síntoma (ansiedad, depresión, conflictos, insomnio, síntomas psicosomáticos, etc.) y éste no es atribuible a alguna causa orgánica, es posible pensar que la causa se halla en alguna necesidad, algún dolor y/o alguna emoción que –aun habiéndose producido- nosotros no procesamos conscientemente o, más sencillamente, no nos parece aceptable.

Y aquí aparecen los “mecanismos de defensa” señalados por los seguidores de Freud: la represión, la racionalización, la negación, etc. que de alguna manera son formas que tenemos de mentirnos a nosotros mismos, de “tapar” eso que nos pasa pero que no nos gusta. Muchas veces, por ejemplo, si una experiencia es muy dolorosa, el mecanismo podría ser “desconectarnos”. Esto sin duda tiene gran utilidad: en tiempos de crisis nos permite salir adelante. Si nos dejáramos apresar por el dolor, el miedo u otras emociones, probablemente no podríamos sobrevivir o superar la adversidad. El problema está cuando nos olvidamos de la emoción o del dolor y llegamos a pensar que nunca existió. Y así pasa el tiempo, los años, y de pronto de la nada aparece un síntoma: es lo reprimido, lo olvidado, lo excluido que retorna.

Una pena, una irritabilidad o hipersensibilidad que no sabemos de dónde viene, ansiedad, llanto, falta de ánimo, fatiga… (la lista es interminable), todos son maneras que tiene nuestra parte inconsciente (nuestro cuerpo, nuestras emociones, nuestro dolor) de manifestarse. Es como un niño abandonado que vuelve –lleno de rabia- a sacarles en cara a sus padres por haberlo abandonado.

Es así como se presenta el dolor, el síntoma, como un extraño que viene a complicarnos la vida, a aguarnos la fiesta.

Hasta ahora hemos estado hablando del inconsciente personal. Gracias a C. G. Jung sabemos que además existe otro nivel –más profundo- del inconsciente: el “Inconsciente Colectivo”. Con esto Jung se refiere a un nivel más arcaico y universal del inconsciente, donde estarían los arquetipos: estructuras heredadas que nos dan la posibilidad de “sentir” o “saber” cosas que nunca en nuestra vida hemos hecho antes. Sin embargo, instintivamente las sabemos.

Por ejemplo, ¿qué significa ser madre? ¿qué significa ser padre? Una persona cualquiera estaría en condiciones de saber “ser madre” o “ser padre”, de sentir algo con eso, a pesar de no haber tenido antes la experiencia, y a pesar incluso de haber sido huérfano (o sea, nunca supo cómo lo hacía su padre o su madre). Por eso decimos que son estructuras que se heredan, que ya están. En ese sentido, muchos mitos, muchas historias, muchos personajes de la literatu

ra o el cine, existen también en nuestro psiquismo. Por eso nos resuenan.

El Inconsciente personal y el Inconsciente Colectivo son dos niveles con los cuales los terapeutas debemos aprender a trabajar.

En el inconsciente personal hallamos –como dijimos antes- nuestro dolor, nuestras emociones reprimidas, nuestros Complejos (como diría Jung), o nuestros “rollos” personales (como diríamos comúnmente). Son cosas que tienen su origen en las vivencias que hemos tenido, pero que no están debidamente significadas, no las hemos “digerido”, comprendido adecuadamente; por eso nos perturban y nos conflictúan.

Vemos aquello que no queremos reconocer en nosotros mismos: nuestra “sombra” psicológica.

Siempre al comenzar una terapia empezamos por el inconsciente personal. Empezamos sacado el dolor, la culpa o la rabia reprimidos. Empezamos haciéndonos consciente de esas heridas que cargamos en nuestra historia. Nos vamos haciendo conscientes de los mecanismos por los cuales nosotros mismos a manudo nos saboteamos o nos autoengañamos. Vamos reconociendo nuestra “sombra” psicológica de la cual son parte nuestros complejos. Normalmente la relación con nuestros progenitores ha dado origen a un Complejo Materno Negativo y un Complejo Paterno Negativo, cada uno con una naturaleza particular única. Por otra parte, tenemos el Complejo Narcisista, el cual tiene que ver con que en la vida hemos creado una “máscara” o un “personaje” de nosotros mismos que ha reemplazado al ser verdadero (por eso no somos felices, ni auténticos; al complejo narcisista también muchas veces se le conoce como el “ego”, el cual no tiene nada que ver con el yo –por eso podemos tener mucho “Ego” y tener al mismo tiempo la autoestima muy baja).

En síntesis, decimos que todo comienza por explorar el Inconsciente Personal. No obstante, en la medida que el trabajo avanza, también vamos empezando a descubrir eso que pertenece al Inconsciente Colectivo. Una vez que se empieza a reconocer y a integrar “la sombra” psicológica, también empezamos a tener acceso –de alguna manera- a la sabiduría propia de este nivel más profundo. Empezamos a encontrar un sentido más allá de nosotros mismos. Empezamos a descubrir –por ejemplo- nuestro sentido o misión en la vida. Vamos siguiendo las pistas que el Inconsciente Colectivo nos va poniendo, (y recordemos que esta parte del Inconsciente es más bien “sabia” y tiene mucho que enseñarnos). Acá se descubren y desarrollan las potencialidades, las funciones no desarrolladas. Este trabajo con el Inconsciente Colectivo es –por así decirlo- un trabajo mucho más creativo, para el cual utilizamos la imaginación, los sueños, las historias, el arte, la mitología, entre otras. A mí, personalmente también me gusta integrar la Astrología, porque a menudo me revela posibilidades y –aunque no creamos en ella- nos ofrece motivos de conversación.

Con el siguiente ejemplo, veremos la interacción entre ambos “inconscientes”: Supongamos que María fue maltratada cuando niña por su madre, con quien mantuvo una relación siempre violenta, con mucha manipulación de ambas partes, etc. Ya se imaginarán que esto implica que María ha creado un “Complejo Materno Negativo” (quizás no existe ser humano en el mundo que no lo tenga, aunque sea en un grado ínfimo). Esto quiere decir que ella, cuando sea madre, tendrá muchos problemas para criar a sus hijos. Alguien podría decir que María, es imposible que sea una buena madre, ya que ella no tuvo una madre buena. El punto es que si María trabaja por comprender su complejo, su “rollo” con su madre, si lo logra procesar, hacer consciente el daño que le causó (todo esto parte de su Inconsciente Personal), estará en condiciones de conectarse con la sabiduría del Arquetipo de la Madre (en el Inconsciente Colectivo). De alguna manera, ella podrá convertirse en una madre positiva; descubrir y hacer consciente el arquetipo permite hacer uso de él, aprender de él. María no está condenada a hacer lo mismo que su madre, pese a haber tenido una mala experiencia personal (Inconsciente Personal).

El trabajo con el Inconsciente es el centro de todo trabajo terapéutico profundo. Podemos trabajar las conductas, la parte superficial, pero si no entramos a descubrir lo que ocurre “tras bambalinas” lo más seguro será que cualquier cambio no será duradero.

lunes, 8 de agosto de 2011

Los "Problemas Sexuales" rara vez son 'sexuales'


Hoy en día mucha gente consulta por los llamados “problemas sexuales”, como impotencia, frigidez, eyaculación precoz, falta de deseo, entre otros. Estas disfunciones son cada vez más frecuentes en los países industrializados y el porcentaje de la población que las padece es altísimo.

Se trata de trastornos caracterizados porque el paciente no logra tener una respuesta sexual adecuada, lo que le genera mucha frustración. A muy grandes rasgos, son estados angustiosos de mucha ansiedad donde el paciente siente que no logra rendir como quisiera (eyaculación precoz, impotencia, entre los más comunes), y/o también estados donde la emoción o la experiencia de placer o de la excitación se haya inhibida, bloqueada (falta de deseo, anorgasmia, etc.).

Lo que suele ocurrir, normalmente, es que la gran mayoría de estos problemas son de origen psicológico, es decir no tienen alguna causa orgánica que los explique. En ese sentido, deberíamos decir –como yo usualmente les señalo a quienes consultan- que “los problemas sexuales rara vez son sexuales”. Esto quiere decir que la causa de la disfunción se haya más bien en alguna situación emocional no resuelta en la vida del paciente, ya sea en su historia personal, o en su relación de pareja.

La sexualidad es un área muy compleja que a la vez es muy sensible. Cualquier situación o conflicto, actual o pasado, puede afectarla.

Por ejemplo, en los casos de falta de deseo –muy comunes entre las mujeres sobre todo- a menudo uno observa que el (la) paciente ha tenido una historia dolorosa y difícil (de exclusión, abandono, postergación, lucha, esfuerzo, etc.) frente a la cual ha tenido que hacerse el (la)“fuerte”. Y ese mismo endurecerse le ha generado al mismo tiempo “des-sensibilizarse” frente al propio placer. Si las situaciones vividas son muy dolorosas, una manera de sobre llevarlas es “des-sensibilizarse”, o sea, negar que se sufre o racionalizar el sufrimiento, o bajarle el perfil. Los casos en que la sujeto tiene depresión a menudo inciden también sobre una pérdida del deseo, un estar “menos disponible” para la pareja. La relación conflictiva con la madre puede generar que ella haya creado una autoestima baja en su “ser mujer”. Este conflicto puede llevarla a sentir poco placer en el sexo y a darle cada vez menos importancia, lo que podría explicar la baja del deseo.

La eyaculación precoz, por su parte, es un trastorno muy común entre los hombres. A menudo su causa remite a la infancia, donde el sujeto experimentó una madre fuerte, distante y exigente, a cual nunca se podía complacer suficientemente. Esto generó una angustia inexplicable en el sujeto y sensación de impotencia. De adulto busca inconscientemente una mujer fuerte como su madre a la que intenta complacer. En la medida en que se enamora de ella, va renunciando a su poder como hombre hasta quedar como un “niño” a merced de ella. Y en la medida que esto ocurre va desarrollándose el trastorno. En el terreno sexual se siente ansioso, exigido. Hay una lucha de poder donde su mujer –siendo similar a la madre de él-constantemente lo degrada, criticándole, comparándole con otros hombres, o simplemente recalcándole su incapacidad sexual (lo cual agrava más la angustia de este sujeto). A menudo es ella quien le exige ir a terapia y quien constantemente le está preguntando todos los detalles sobre el avance de ésta.

En fin, los casos que he descrito sin duda son comunes en la clínica, mas no quiere decir que sean las únicas causas a estos trastornos, ni los únicos trastornos que podríamos señalar. Sólo son ejemplos para mostrar cómo la dinámica individual o de pareja, y el pasado del sujeto, pueden estar expresándose a través de un síntoma sexual.

Una de las dificultades más grandes a la hora de abordar estos problemas es que muchas veces el sujeto es completamente inconsciente de que se trata de un problema no-sexual. Creen que con ejercicios o pastillas pueden solucionar rápidamente lo que les aqueja. A menudo piensan que 1 ó 2 sesiones bastan, y la psicoterapia es un proceso que requiere tiempo.

Es cierto que es bueno complementar con ejercicios. Por ejemplo, existen muchos ejercicios de respiración, relajación y control muscular que pueden ser puestos en práctica. Estos ejercicios –muchos de ellos sacados de técnicas taoístas como el “Kung Fu Sexual”- ayudan mucho a la hora de la práctica. No obstante suelen ser insuficientes por sí solos.

Muchas de estas terapias involucran a la pareja. No en todas las sesiones, pero regularmente, es bueno tener su presencia, para directamente poder tratar aspectos propios de la relación.

lunes, 22 de marzo de 2010

Reportaje en Revista Mujer del diario La Tercera, sobre los mitos y arquetipos en las mujeres.

Este es el reportaje que realizó la Periodista Cindy Rivera, de la Revista Mujer del Diario La Tercera, sobre el tema de los Mitos y Arquetipos, pero directamente enfocado a la mujer y todo lo que tiene que ver con la Feminidad, desde el punto de vista del inconsciente de la mujer moderna. En esa ocasión, fui entrevistado por la profesional quien, hay que destacarlo, realizó un gran trabajo de redacción.

El reportaje completo es posible leerlo en: http://mujer.latercera.com/2009/11/22/01/contenido/23_684_9.html

lunes, 30 de noviembre de 2009

Cuando la psicoterapia se hace necesaria

Las personas que nos llamamos a nosotros mismos “normales” cargamos muchas veces con contradicciones e incoherencias que más de alguna vez nos causan dolor a nosotros mismos o a nuestros seres queridos. Los seres humanos estamos en aprendizaje y desarrollo continuo, y constantemente pasamos por crisis, duelos y procesos de crecimiento. A menudo, esto trae confusión y puede que sintamos que la vida pierde sentido o que estamos naufragando en nuestras emociones y angustias. La psicoterapia puede ser una buena herramienta para comprender las causas de lo que nos ocurre. A veces se trata de un hecho del pasado que nos marcó pero que no quedó debidamente significado para nosotros. También la causa puede estar en el presente, en el tipo de dinámicas que desarrollamos en nuestra manera de relacionarnos consigo mismos o con otros. Asimismo, el "programa" de nuestros valores o creencias sobre la vida, sobre el trabajo o el amor puede estar errado, o anacrónico, de modo que ya no nos sirve para enfrentar la realidad. Para revisar todo esto, es bueno iniciar un proceso de terapia, el cual nos puede permitir grandes cambios en lo personal, familiar y laboral. No es necesario padecer una patología psiquiátrica para decidirnos a emprenderla; conocernos más a nosotros mismos siempre constituye un beneficio que nos permitirá liberarnos de nuestras trabas del pasado y sacarnos la pesada mochila que llevamos, para alcanzar una vida más plena que potencie nuestro natural desarrollo.

jueves, 6 de agosto de 2009

Motivaciones e Ideal del Yo

La autenticidad está en lo que queremos ser, más que en lo que efectivamente creemos que somos. Nuestros propósitos y proyectos personales hablan de nosotros mejor que cualquier tipología en la que nos clasifiquen. Incluso cuando nos enamoramos, o cuando sentimos que alguien nos fascina, a menudo lo hacemos porque sentimos que esa persona tiene un proyecto, una pasión o, como decimos en Chile, “tiene un cuento” que seguramente tiene que ver mucho con cosas que consciente o inconscientemente nos identifican (lo que quisiéramos ser y que nunca nos atrevimos, lo que deseamos ser en el futuro, etc.).

Es así que las motivaciones humanas podrían también ser divididas en tres tipos. El primer tipo abarca las motivaciones del deseo y necesidades corporales, que se rigen por el principio del placer. Por lo general son a corto plazo y responden a estímulos sensoriales: me gusta ese pastel y deseo comerlo; tengo sueño y deseo tomarme una siesta, etc. En el segundo tipo encontramos motivaciones de la voluntad o logro, que pueden estar regidas por el principio de poder y logro personal. Están generalmente representadas por objetivos y metas a mediano plazo, cosas que deseamos conseguir y por las cuales estamos dispuestos a posponer las necesidades inmediatas del deseo. Por ejemplo: aprobar un examen; componer una canción; hacer una dieta. El tercer grupo es el más importante desde el punto de vista de la autenticidad, ya que alude a motivaciones del ideal del yo. Se refiere a aquello que sentimos que somos o que debemos ser, y cómo alcanzarlo. Son las motivaciones que están más cerca de nuestra identidad, las cuales se basan en la “voluntad de sentido” de la que tanto habló en su obra Víktor Frankl, o que incluso está presente en la obra de C. G. Jung y sus seguidores. Este sentido muchas veces se expresa por medio de valores, ideales y propósitos trascendentes que, valga la redundancia, dan sentido a nuestras vidas. Como representa tan de cerca lo que somos, es que al lograr articular este sentido en palabras, y entenderlo, logramos reconocernos y adquirimos verdadera autoestima.

Hemos afirmado al comienzo de este escrito que la autenticidad no está tanto en lo que somos sino en lo que queremos ser, y con esto tomamos el punto de vista de los existencialistas, recalcando la libertad personal para ser, o empezar a ser, aquello que elegimos. Nadie, ni siquiera un diagnóstico clínico puede coartar esa libertad de elegir hacia donde queremos ir. Por eso, cualquier fotografía, descripción o cualquier persona que se sienta con el derecho a decir cómo somos, siempre estará equivocada si no considera que tenemos la libertad para cambiar y elegir en todo momento.

Pero quizás la autenticidad no está sólo en lo que queremos ser (ideal del yo) sino en la coherencia entre lo que somos y lo que queremos ser. Día a día vemos sujetos divididos entre partes que desean una cosa y otras que desean otras. Múltiples contradicciones traen infelicidad a nuestras vidas; desarrollamos síntomas y creamos sufrimiento en otros. Cuando vemos a alguien que ha logrado vivir con coherencia su ideal de yo, terminamos por admirarlo o sentirnos atraídos hacia él.

La brecha entre nuestro ideal del yo y lo que somos (o creemos que somos), puede ser muy grande. Puede que nos echemos a morir sintiendo que somos poca cosa y que estamos muy lejos de lo que soñamos ser. Una autoestima baja puede coartar nuestro intento de alcanzar un ideal, al tiempo que nos deprimimos o desarrollamos envidia hacia los demás.

Un complejo narcisista de nuestra parte puede hacer que nuestro ideal del yo esté equivocado, o que las acciones que emprendamos en nuestras vidas, buscando alcanzar ese ideal estén erradas. El narcisismo se caracteriza porque desarrollamos un falso Self, basado más en agradar a otros y ser vistos, más que en el auténtico disfrute de hacer algo. Por ejemplo, un joven puede querer ser artista, no (solamente) porque disfrute con el arte, sino porque de niño aprendió que así ganaba la admiración de los demás, por su talento era alabado y considerado. En su desarrollo como artista buscará más ser reconocido, envidiará a otros con más talento, será más sensible a la crítica y, en definitiva, le costará más encontrarse con su desarrollo auténtico, en el arte y en la vida en general. Lo mismo podría ocurrir a alguien con vocación social. Estará más preocupado de hacerse querer y reconocer por quienes ayuda, en vez de disfrutar lo que hace. Su abnegación no es auténtica, sino que responde a motivaciones narcisistas; su baja autoestima le impide desarrollar una relación auténtica con lo que hace, desperdiciando su vocación.

¿Cómo reconocer que estamos siendo auténticos, o descubriendo esa autenticidad?
Básicamente porque somos capaces de disfrutar lo que hacemos, y no nos preocupa el qué dirán, en ningún momento. Desarrollamos fe verdadera, como si confiáramos que esto es lo que somos y que de algún modo saldrá bien.

Si no disfrutamos, si estamos preocupados de la respuesta o el efecto que causará en otros y si somos presa de la envidia, estamos frente a algún complejo narcisista que hace sombra a nuestra motivación verdadera. Será necesario un trabajo psicológico fuerte para disolver ese núcleo narcisista, antes de que nos impida el éxito y el desarrollo de nuestra autenticidad.
Disfrutar de algo no quiere decir que no tengamos que sacrificar algunos deseos, miedos y temores. Nadie ha dicho que sea fácil y sencillo. No obstante, podemos desarrollar una filosofía de vida que permita alcanzar este ideal.

martes, 16 de junio de 2009

Conciencia y significación

Todo proceso de crecimiento, ya sea a lo largo de las etapas de la vida o durante una terapia, involucra en mayor o menor grado desarrollar la conciencia. De hecho, podríamos decir en verdad que la terapia busca introducir eso que llamamos conciencia justamente donde no la hay.
Podríamos decir que se trata de dos tipos de conciencia: en primer lugar hablamos de conciencia como un “darse cuenta” de las cosas. Las personas muchas veces vivimos en un estado de in-conciencia, lo cual nos lleva al sufrimiento porque no nos damos cuenta de que funcionamos de modo mecánico, es decir prisioneros del “estímulo-respuesta”. Frente a determinado estímulo, solemos responder instantáneamente a través de acciones, emociones y pensamientos inconscientes. Entonces, el primer trabajo que nos pone la terapia psicológica es el de ir rompiendo poco a poco dicha esclavitud. Si antes nos molestábamos porque el resto nos culpaba de sus problemas, si antes no podíamos evitar sentirnos atacados frente a una pregunta irónica o si nos deprimíamos al ver el día nublado, o si solíamos lacerarnos con pensamientos autodestructivos y críticas destructivas a nosotros mismos como “estúpido”, “imbécil”, “lo estás haciendo mal”, etc. cada vez que cometíamos un error, en todos estos casos introducimos la “cuña” de la conciencia entre el estímulo y la respuesta para descubrir y mirar con objetividad el mecanismo por el cual estamos reaccionando. Metemos la conciencia para observar el síntoma como si observáramos a un intruso. Al mismo tiempo, al ir tomando conciencia de nuestro funcionamiento patológico, vamos tomando conciencia de todo lo verdadero en nosotros, nuestro Ser o Yo auténtico detrás del observador. A este primer tipo de conciencia que logramos desarrollar le llamamos “conciencia de sí”
Un segundo tipo de conciencia la llamamos “conciencia para sí” y se refiere a hacernos concientes de qué significan las cosas para nosotros, para nuestro Ser auténtico. En otras palabras, nos referimos a dotar de significación y sentido nuestras vivencias. ¿Qué significa para mí que mi pareja me haya dejado? ¿Qué significó perder el trabajo? ¿Qué significó cumplir 30 ó 40 años? La significación de nuestra vida nos permite sentir que ésta nos pertenece, y al no existir significación de los eventos, pareciera ser como si nuestra vida le perteneciera a otros. Muchos nos hemos sentido a veces tomando conciencia de sí (el primer tipo de conciencia antes descrito) en medio de una vorágine de acontecimientos, para así darnos cuenta de que no sabemos cómo llegamos hasta allí, sintiéndonos no-dueños de nuestra vida, de nuestras reacciones y sentimientos. La falta de significación nos lleva a crear lo que comúnmente conocemos como “traumas”. Hacer significado verdadero de nuestra vida significa crear valores propios, no los que nos han impuesto. Significa descubrir que lo que nos ocurre no es el resultado de la suerte o el destino ciego, sino de elecciones que hemos hecho. Y, lo más importante, nos permite darnos cuenta de que tenemos el poder para elegir lo que queremos, e incluso, de elegir el significado de lo que nos ocurra. Y dicho significado siempre es bueno; por eso decimos que al significar las cosas logramos la comprensión, la armonía y el amor verdaderos. Cualquier significación destructiva o excluyente hacia nosotros o hacia nuestros semejantes, se funda en una falta de conciencia para sí. El único camino que se recorre cuando hacemos significación de nuestra vida, es aquel que nos confiere lograr la paz interior, la aceptación de la verdad y no, como a veces se cree, la resignación.
Estas son las dos conciencias que guían todo el trabajo en la terapia. El terapeuta se preocupará de que el paciente las ejercite, de momento en momento, a través de preguntas, confrontaciones, ejercicios, etc. Pero el trabajo de darse cuenta o significar corresponde a cada paciente. Conciencia de sí y conciencia para sí son las dos puntas de lanza que abren el camino de cualquier cambio psicológico auténtico.

Dolor y Sufrimiento

El dolor es inherente a la vida misma; todos lo sabemos y a menudo justificamos lo que nos pasa con un dejo de amargura y resignación.
Las canciones, la poesía e incluso las expresiones religiosas ponen de relieve el dolor como una experiencia básica e ineludible de todos nosotros. El dolor también puede indicarnos que algo en nuestra vida anda mal, como ocurre con el dolor físico que es un aviso a que algo está atentando contra la salud o integridad de nuestro cuerpo.
El dolor psicológico, aquél que muchas veces interpretamos como angustia o como sufrimiento, es la razón por la que muchas personas buscan ayuda terapéutica. En efecto, este dolor puede estar avisándonos que algo anda mal con nosotros, en especial si es un dolor constante que nos impide disfrutar de las cosas buenas de la vida.
En este punto debemos reflexionar acerca de las diferencias entre el dolor normal, natural, y el dolor que podríamos considerar “neurótico”. Dolor normal es aquel que es parte de la vida y que experimentamos cada vez que despedimos un ser querido, que causamos un daño, o que empatizamos con nuestro prójimo que está sufriendo. No sentir nada de ese dolor sería anormal y deberíamos preocuparnos. Es el dolor que se produce por una pérdida real, verdadera.
No obstante, el dolor neurótico se caracteriza porque no corresponde a la pérdida real sino en un mínimo porcentaje. Se caracteriza más bien porque aquí la pérdida es fantaseada. Por ejemplo, al terminar una relación de pareja, un muchacho sufre desesperadamente porque siente que nunca más va a poder amar, que el destino está en su contra, que las mujeres son todas iguales, que el amor es sinónimo de desilusión, etc. Todo aquello que lo hace sufrir y que vuelve una y otra vez a su mente, es sin lugar a dudas una fantasía. No corresponde a la pérdida real ni al evento real acaecido. Las causas verdaderas de ese dolor pueden hallarse revisando la historia del paciente y los complejos que han dominado su accionar durante su vida. La dinámica inconsciente que subyace al hecho real de la pérdida de seguro contiene en sí misma las causas del dolor. Por ejemplo, alguien que tiene el hábito de ilusionarse en el amor y llenar su mente de expectativas y proyectos, ya ha sembrado las semillas del dolor. Confunde ilusión con fe, confianza y amor. El resultado será que tarde o temprano se desilusionará y sufrirá; todas aquellas ilusiones y expectativas no cumplidas le pasarán la cuenta y es probable que desarrolle una depresión, donde se recriminará incluso por hechos del pasado, o culpándose a sí misma. El mundo está lleno de personas que edifican su vida en torno a fantasías e ilusiones que se destrozan una y otra vez frente a la realidad. No estamos diciendo que uno deba aplanar sus emociones y sus sentimientos. Por el contrario, creemos firmemente en el hecho de que la realidad posee magia y encanto en sí misma, y que no es necesario edificar ilusiones para convencernos de que somos felices. Finalmente el dolor es el indicador más fuerte de si nuestra vida va por el camino correcto o no.